Tengo una pregunta para usted, presidente

¿De qué o de quién se ríe?

Un día cualquiera, de un mes cualquiera, de un año no muy lejano, nos encontrábamos varios compañeros de trabajo comentando un artículo publicado en un diario nacional cualquiera, en el que se afirmaba que la risa y hacer el amor rejuvenece a todo ser humano que practique el binomio con asiduidad.

Ese día cualquiera, de ese mes cualquiera, de ese año cercano, Andrés G., y Abelardo B., del mismo oficio y edad, fueron objeto de un corto estudio comparativo por nuestra imprevisible amiga y secretaria Charo G., la cual concluyó rigurosamente que Abelardo B., parecía bastante más joven que Andrés G., por mucho que el segundo se negase a aceptar lo evidente.

La cosa no hubiese pasado a más, si desde el cercano metro y medio que mediaba entre los tertulianos y una sala de ordenadores cercana, una voz anónima, surgida de su interior, no hubiese sentenciado con voz tajante: “Lógicamente, Abelardo tiene un enorme rebaño de ovejas leonesas y Andrés, en Cercedilla, mucho grajo ¿? Cosas del amor por los animales, pero…

La risa, en forma de carcajada globalizada y sin ánimo de ofender, no se hizo esperar, como tampoco el sonrojo de Abelardo B., al imaginar lo que a todos se nos pasó por la cabeza. Risa común de humanos trabajadores, que de forma improvisada y en resumidas cuentas, nos hizo, supongo, rejuvenecer a todos los implicados en el asunto.

Pero, amigos de las letras, de lo natural a lo escénico hay todo un mundo. Sí, me refiero a esa sonrisa burlona y forzada de la que hablaba Heráclito de Éfeso: “No rías de cualquier cosa hasta el punto de hacer reír a todo el mundo”.

Sí, me refiero a esa sonrisa desnaturalizada que perennemente muestran personajes como el presidente del gobierno español ante cualquier invitación a plantear soluciones realistas y viables que puedan hacer frente a los múltiples problemas que afectan a nuestra sociedad por razón de autonomías decrépitas. Problemas tan reales y tangibles como que los recursos generados por todos continúan sin llegar a esos escalones sociales que realmente lo necesitan para subsistir, para emprender o para seguir generando riqueza de la nada, mientras se sigue engordando a todo lo subsidiariamente agradecido, como a los cerdos para la matanza ¿Dónde se encuentra el alma obrera? ¿Dónde el orgullo?

Sí, me refiero a esa sonrisa forzada y lejana, indolentemente adolescente y paralela a la creciente desmoralización de la clase trabajadora, que sufre diariamente el resultado de la política económica nefasta aplicada hasta la fecha por el gobierno ZPSOE, acogotado internacionalmente y alejado de la cotidiana realidad de su propio país, el nuestro, mal nos pese.

Sí, me refiero a esa sonrisa que parece expresar todo lo contrario a la verdad que dibuja el día a día sobre el futuro de nuestros hijos y nietos, de los mercados anímicos, de la indefensión, del pequeño y mediano empresario, del inmigrante producto Caldera, de la delincuencia callejera, de la creciente prostitución por necesidad, de la explotación laboral consentida y alimentada por la indefensión sindical…

Sí, me refiero a esa asincrónica sonrisa que parece intentar convencernos de que la realidad española es el maquiavélico invento de la enemiga oposición para desestabilizar un sistema de gobierno incapaz de subsistir mucho más tiempo que el que dura un embarazo.

Estoy seguro, visto lo visto en esta última etapa ZP, de que José Saramago, tras su último libro “El Viaje del Elefante Salomón y Subhro, El Cornaca”, escribirá un elegante e irónico “Tratado sobre la debilidad de la sonrisa de los débiles”.

Sonriente presidente: no podemos evitar que aparezcan problemas, pero tampoco estamos obligados a pedirles que se perpetúen tras nuestra sonrisa pasiva y cómplice. Adiós, muy buenas.

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