La España de los de siempre -cazadores cazados-

“La verdad es hija del tiempo, no de la autoridad” (F.Bacon)

En estos días del loco febrero, como una ofensa más a la clase trabajadora productiva y soberana de este nuestro país de “nunca jamás”, vuelven a ser protagonistas en el escenario público democrático español imágenes actualizadas de “La Escopeta Nacional”, de “Los santos inocentes”, del “Cipote de Archidona” y del desprecio que caracterizó a los caciques de la España gris por los dineros propios y ajenos, que en resumidas cuentas nacen del sacrificio de todos y cada uno de los hijos de este nuestro estado autonómicamente descuartizado.

En cada uno de los individuos que componemos esta sociedad, sea cual fuere nuestro lugar de trabajo, ocupación profesional, lugar de nacimiento o residencia, existen dos tendencias de vida: la primera, como publicaba el filósofo Fernando Savater en su libro “Heterodoxia y Contracultura”, es la que nos obliga a actuar como la mayoría de los que nos rodean, a temer lo que generalmente es temido y a despreciar lo que comunitariamente se desprecia; la otra, que adquirimos con el desarrollo del sentido común y la autocrítica, nos empuja a discrepar, a negarnos a validar moral y éticamente las conductas de otros individuos, que también socializados, intentan imponernos por sistema. A esta tipología de comportamiento, tan enraizado en las capas sociales del poder político prestado cuatrienalmente, nosotros, los actuales siervos de la gleba y el terruño (clase obrera), por higiene democrática, tenemos que calificarlo de neo feudalismo sin derecho de pernada y obligarnos moralmente a erradicarlo cuanto antes mediante nuestro voto indignado.

La caza masiva de animales (descastes incluidos) tan visceral y febrilmente censurada desde las filas progresistas socialistas y sistemáticamente denunciada por las asociaciones de protección animal, defensoras del medio ambiente y pro sostenibilidad, continúa en este siglo XXI perpetuada legalmente en nuestro país, aún presentando formas y actuaciones propias del más deplorable señoritismo cortijero. La cabra voladora del campanario, ya prohibida, no entra en este saco. La bota en las cabezas del muflón, del venado o de cualquier otro animal objeto de trofeo, sí.

Del amiguismo, del furtivismo personalizado, de la intervención de armas de la Guardia Civil, de las licencias de caza por razón de autonosuyas, de las escopetas de abatimiento cornúpeto masivo, de las responsabilidades políticas y penales y de la obligación ciudadano soberana de preguntarse si también de inmunidades e impunidades por cuestión de cargos, la prensa nacional ya se encargará de informarnos diaria y oportunamente ¿Quién osará defender lo indefendible? ¡“Torero, torero”!, gritaron entre aplausos puerilmente en el Hemiciclo algunos representantes del pueblo ante la soberbia y la bravuconería bermeja.

La más que cuestionada montería del cazador cazado, Ministro de Justicia, Fernández Bermejo –perdón, “dimitido”-, junto a su compañero de tiro al cérvido hispánico, Baltasar Garzón, hoy, veintitrés de febrero del deprimido 2009, vuelve a mostrar cara al resto de la Unión Europea, a nuestros hijos y nietos y a cualquier ser humano sensato, la imagen grotesca y violenta de esta España que tropieza una y otra vez en la misma piedra, incapaz de sacudirse las cenizas históricas del pasado inmediato para blindar el presente democrático, ni borrar el tópico internacionalizado de que a los españoles únicamente nos puede frenar la vergüenza o la fuerza.

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