De jóvenes y del día de mañana

Aún resuena en mis oídos la voz inconfundible del Mediterráneo golpeando en las pedregosas playas motrileñas; a veces ensordecedora e inquietante, a veces amansada por un sereno levante que parece dormir en sus orillas una interminable siesta; como la juventud adoctrinada en el conformismo, que no acaba de despertar del letargo en la que está sumida, aunque de vez en cuando, como una ola inesperada, rompa violentamente el silencio para hacerse sentir; para recordarnos que suya es la fuerza y el futuro: el nuestro.

Que la corriente de poniente se muestre brava, impetuosa y rompa tanta mansedumbre, tanta rutina adolescente de fracasados escolares sin más destino que la explotación laboral provocada por la ausencia de la más mínima cualificación, por la suma de ineptitudes y desacuerdos entre los adversarios políticos de turno, que incapaces de ver más allá del presente, han conseguido la desorientación social de nuestros jóvenes y adolescentes, un pésimo nivel educativo respecto al resto de los países miembros de la desunida Europa y un futuro inmediato nada halagüeño con forma de acantilado hacia el vacío.

Que educar no es nada fácil deberíamos tenerlo asumido desde hace ya muchos años, empezando por la propia familia y terminando por la obligación política de llegar a un acuerdo que saque al país lo más rápidamente posible de la decadencia educativa en la que nadamos, del peligroso índice de fracaso escolar que mantenemos, del absentismo escolar, de la masificación de las aulas (treinta y tantos son demasiados) y por descontado, reflotar códigos de conducta que devuelvan la autoridad a profesores y educadores encargados de transmitir los conocimientos y valores necesarios para una convivencia sin altercados y de mútuo respeto.

Los distintos planes educativos que se han venido produciendo en los distintos gobiernos no han conseguido subirnos al tren del futuro, a ese imparable tren que no espera a nadie y que posiblemente termine atropellándonos si no hacemos todo lo posible para que nuestra juventud se forme adecuadamente y recupere su valoración dentro y fuera de la Unión Europea. Sólo Portugal nos supera en forma y fondo y el AVE seguramente no llegue a Lisboa. El protagonismo juvenil tiene que retornar a las calles, plazas y cualquier otro lugar donde poder fabricar entendimiento, democracia y humanismo, exigiendo participación en todo lo que afecta a su futuro, y no precisamente, como en estos últimos días de septiembre, por altercados puntuales como el acaecido en Pozuelo de Alarcón, por botellón, drogas o fiestas de nunca acabar, por puños o brazos en alto en da igual dónde, por enfrentamientos ideológicos con resultado de sangre, por conatos xenófobos…

Los ancianos, como dijo Shakespeare, desconfían de la juventud porque antes han sido jóvenes, pero todo momento de aprendizaje que se le resta a los hijos del futuro, conlleva el inicio de un fracaso social del día de mañana: el de todos. Como el mar.

>> Ver el artículo publicado en revista viveveganes.es <<

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